Saltar al contenido
Imágenes Bonitas con Frases Gratis

Frases célebres de libros clásicos para reflexionar

Última actualización 19 junio, 2018

Que te regalen un buen libro, es el mejor de los presentes que te pueden acercar. Un libro es un mundo que se abre, son posibilidades que nos atraviesas, vivencias ajenas que espantan, gustan o son indiferentes; todo eso redunda en una persona distinta. Para graficarlo de la mejor manera, una persona que lee tiene tanto bagaje imaginario (y también cognitivo, naturalmente) que no importa si no viaja al resto del mundo, si no conoce variopintos países y culturas; ya habrá hecho la peregrinación más larga, exhausitiva y grande con su cabeza. Por eso, siguiendo esos lineamientos, te queremos mostrar aquí frases célebres de libros clásicos para reflexionar.

Frases célebres de libros clásicos para reflexionar

Se nota siempre quién lee y quién no; las diferencias son sumamente notorias. El primero puede crear, imaginar de todo un poco; ser original en gran medida; el segundo es un remedo, una copia que se agarra de donde puede, de a oídas; pero nunca a partir de una relación tan íntima como da la lectura.

Es que en cada libro hemos encontrado un clima, un personaje que nos identifica, un suceso, ciertos saberes, apotegmas que quedan para toda la vida. Y es todo tan sencillo: es cuestión de abrir una simple hoja, concentrarse, dejar todos los problemas y entuertos atrás.

El lector sabe que el escritor realiza la obra, casi siempre, con amor. Por ende la lectura, que es abierta, continúa ese desarrollo amoroso. Ahora te toca a ti querer las líneas, anhelas los quiebres o deseas los capítulos subsiguientes.

Suele decirse que nada grande se hace con pasión, que es casi un sinónimo sino de amor por lo menos de implicancia ¿Qué queremos decir con esto? Que leer no se puede realizar entrecortadamente, sin prestar atención o hasta con ácida indiferencia. Hay mucho que se pierde si se lleva adelante semejante actitud.
Aún recuerdo tal frase, aún rememoro esa escena; todavía quedan, en definitiva, las huellas de determinada lectura. De eso se trata: de llegar, conmover, modificar incluso; cuando un libro importante arriba a nuestra vida estamos ante un acaecimiento sustantivo.

La lectura no es una mera recepción de vocablos ajenos que se figurarían y transfigurarían en imágenes mentales. No, la lectura recuerda aromas, sensaciones, lugares, colores; de todo un poco. Sí, son parte enorme de la memoria y lo agradecemos si lo sabemos apreciar.

El acto de leer también tiene otra ventaja: cualquier libro toca los grandes entuertos existenciales. Pensemos, por ejemplo, en el amor. Todos hemos sufrido, añorado, frustrado al respecto alguna vez, incluso tenido dudas en la más absoluta parsimonia vincular ¿Y dónde podemos encontrar los vocablos adecuados? ¿Las palabras idóneas y justas? Seguramente en un buen libro como primera posibilidad.

La obra es del autor desde el principio de su creación hasta su finalización. Pero cuando se vende, en el momento en el que se da publicidad a la misma, el primero la suelta; queda abierta a un gran juego, casi sin final, de la hermenéutica de múltiples lectores. Ahí se dirá que es malo, bueno, óptimo, sublime, mediocre, indiferente o lo que sea.

Y por esta vida peregrinamos, intentando no fallar mucho y, sin embargo, lo hacemos. Resolviendo problemas sin cesar y, sin embargo, nos inmiscuimos en ellos repetidamente ¿Qué es lo que nos pasa? Es que la vida no puede ser un boceto, es la obra misma; pero nosotros, desgraciadamente, sí podemos ser neófitos en múltiples aspectos.

Borges decía que no podía imaginar un mundo sin libros o que si cavilaba acerca de un potencial paraíso era en forma de biblioteca. Muchos entendemos estas cuestiones de la misma forma: hablamos de una tecnología muy antigua, pero cuánto nos aporta la lectura.

¿Cómo lo hace? ¿De qué manera expresa sentimientos tan íntimos y profundos? ¡No puede ser que sepa lo que sucede en el amor! Cualquier libro profundo y certero despierta envidias abiertas, que exclamamos en el mismo devenir de la lectura. Pero ya sabes lo que dicen de la envidia: es una secreta admiración.

Es que el escritor es un poco filósofo, un poco sociólogo, antropólogo, historiador y mucho más. Con ese bagaje inestimable de toda naturaleza realmente puede hacer lo que quiera; se siente dueño de un arsenal con el que puede destruir cualquier fortificación inexpugnable.

Así que el consejo siempre es y será el mismo: lean, lean y piérdanse en la lectura. Como narcótico si el mundo es demasiado áspero, como vigorizante si debemos seguir adelante; como acicate si hay que transformar la realidad. Sí, la lectura es todo eso y mucho más.

¿Por qué habrá necesidad de imitar? La respuesta es muy simple: si tu mundo es pequeño, si las imágenes que se suscitan en éste son meras quimeras o remedos, cualquier acto creativo genuino será más que complicado. Digamos que semejantes vicisitudes nombradas no las vive ni las padece quien lee mucho.

Tenemos una tendencia a ser egocéntricos: es decir, pensar que lo propio es mejor por ser, justamente y valga la redundancia, lo propio ¿Pero esa actitud es correcta? No y hasta peligrosa. Digamos, entonces, en ese sentido, que no viene mal nunca la lectura: abre la mente, genera apertura de posibilidades y nos damos cuenta que el ser humano pueden ser un sinfín de individuos.

Y si se me muestra una realidad cruenta, y si aprendo que la historia no era un mero desenlace de sujetos, y si caigo en la noción de conflictividad absoluta, seré otro ser humano. Todo eso lo da la lectura.

Una ganancia de un buen libro no estriba en tenerte atornillado en una silla durante horas, lo cual de todas maneras es loable; sino que luego de cerrar la última página pienses en el mismo, en sus temáticas, en las vueltas de rosca. Es un mundo con una lógica laberíntica que apasiona.

A veces solo es cuestión de aprender a pensar, de soltarse un poco, de comprender como los otros lo hacen, de dejar de lado o soslayar esquemas absolutamente abigarrados. Todo eso lo da la lectura; nos convierte en otros seres.

Si no estás acostumbrado a la lectura no te fuerces a ella por el qué dirán. Te aburrirás con celeridad y le harás daño a tan bello arte. No: al mundo de los libros se entra de a poco, tímidamente, con muchas dudas; pero con una gran certeza que radica en la modificación que ocasionará. Tal vez una que dure por siempre.

Frida Kahlo solía decir que una mujer que lee es un gran acierto: guarda su belleza para el porvenir lejano. Y eso, aunque suene un tanto machista, contiene una verdad absoluta para todo el ser humano sin distinción de sexo o género. Y si no lo creemos, pensemo que realmente lo más sencillo  y vital de mantener en una larga vida es justamente esa mente escudriñadora y sapiente.

Así que ya lo sabes, querido lector: cualquier lectura nunca será tiempo perdido, sino ganancia, gratificación, multiplicación de una sabiduría que siempre quedará corta. Y justamente lo de quedar corto, la infinitud de lo por aprender es lo que garantiza la felicidad: saber la empresa impoible saca sonrisas.

Poner en palabras lo inexplicable no es una suerte de mala traducción, sino es confiar en nuestra inteligencia y vocablos para llevar adelante tamaña empresa. Y que luego, tal vez separado en el tiempo y en sitios muy remotos, otro lea. Sí, una comunicación póstuma, epitafios que reviven con el accionar de un prójimo.