Última actualización 25 agosto, 2020
Octavio Paz fue uno de los poetas más eximios que el continente americano tuvo honor de conocer. Y no lo anunciamos por haber sido Premio Cervantes o Premio Nobel de Literatura (lo cual mucho indica), sino por su forma de adoptar distintas ideas, abrevar en diversas escuelas y, de manera paralela, ser sumamente prolífico en su producción ¿Es existencialista? Un poco bastante ¿Surrealista? También, seguramente ¿Modernista? Por lo menos en los comienzos. En verdad, Octavio Paz nos demuestra que muchas veces el encasillar a alguien es una injusticia, porque justamente esa persona hace estallar, con su labor, cualquier clase de etiqueta, título o demarcación.
Y lo anteriormente mencionado también se vislumbra, cuyo foco natural es la poesía; pero que no deja de lado tampoco la prosa a partir de ensayos con temas tan variopintos que lo acerca más a un filósofo que a ser solo un literato. El mismo Paz expresa que más allá de la complejidad él encarna una tensión en su vida que va de la prosa a la poesía. Sea como sea, aquí nos referiremos a aquellos poemas imprescindibles del mexicano, esos que cualquier persona debería leer para comprender que muchas cosas se pueden decir, pero anunciarlas de manera maravillosa es un don que pocos poseen y que hay que apreciar.
El desconocido
La noche siempre ha sido un misterio para el ser humano: lugar de sombras, de fantasmas, de imágenes que se deslizan por su cuenta propia; también de terrores insospechados, enormes (esos que no nos dejan dormir); aunque tampoco, en la misma oscuridad, la belleza del amor, del deseo se pierden, sino que tienen lugar.
La noche nace en espejos de luto.
Sombríos ramos húmedos
ciñen su pecho y su cintura,
su cuerpo azul, infinito y tangible.
No la puebla el silencio: rumores silenciosos,
peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen.
La noche es verde, vasta y silenciosa.
La noche es morada y azul.
Es de fuego y es de agua.
La noche es de mármol negro y de humo.
En sus hombros nace un río que se curva,
una silenciosa cascada de plumas negras.
La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas.
Todo se funde en ese beso,
todo arde en esos labios sin límites,
y el nombre y la memoria
son un poco de ceniza y olvido
en esa entraña que sueña.
Noche, dulce fiera,
boca de sueño, ojos de llama fija y ávida,
océano,
extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras,
indefensa y voraz como el amor,
detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo,
río de terciopelo y ceguera,
respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona:
el desdichado, el hueco,
el que lleva por máscara su rostro,
cruza tus soledades, a solas con su alma.
Tu silencio lo llama,
rozan su piel tus alas negras,
donde late el olvido sin fronteras,
mas él cierra los poros de su alma
al infinito que lo tienta,
ensimismado en su árida pelea.
Nadie lo sigue, nadie lo acompaña.
En su boca elocuente la mentira se anida,
su corazón está poblado de fantasmas
y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho.
Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma.
Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas,
sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia,
el muro del perdón o de la muerte.
Pero su corazón aún abre las alas
como un águila roja en el desierto.
Suenan las flautas de la noche.
El mundo duerme y canta.
Canta dormido el mar;
ojo que tiembla absorto,
el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,
lecho de transparencia para su desnudez.
Él marcha solo, infatigable,
encarcelado en su infinito,
como un solitario pensamiento,
como un fantasma que buscara un cuerpo.
El pájaro
Un poema con una densidad filosófica importante, ya que el pájaro es una suerte de catalizador o desencadenante en medio de la lógica del silencio, lo quiero; y lo sonoro y el movimiento. Hasta que el animal no surgió en el poema tenemos una belleza descripción del quietismo, casi como si todas las cosas del mundo fueras inanimadas (bichos como piedras o crecimiento sosegado de las yerbas). El pájaro abre la temporalidad, da lugar al movimiento, hasta que se finaliza en la muerte, una flecha que solo deviene en seres temporales (nunca del estatismo de lo eterno).
Un silencio de aire, luz y cielo.
En el silencio transparente
el día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.
Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron…
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.
Acabar con todo
Una voluntad de arrasar, un intento nihilista que se queda trunco; pero que por lo menos comporta cierto desprecio respecto a lo que es. De eso se trata en este poema: hastío, cansancio, aburrimiento, vacío, ante el mundo. Un mundo que debe desaparecer por lo que es y también, posiblemente, por lo que sufre el mismo hombre.
Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.
Otoño
Este poema también puede verse como un terrible anhelo de compañía, de una presencia, ante una soledad que a veces no llena, más allá de la majestuosidad de lo que rodea (el mismo otoño) ¿Estamos hablando de un otro cualquiera? ¿Un otro especial como un amor? ¿O la otredad por antonomasia, Dios mismo?
En llamas, en otoños incendiados,
arde a veces mi corazón,
puro y solo. El viento lo despierta,
toca su centro y lo suspende
en luz que sonríe para nadie:
¡cuánta belleza suelta!
Busco unas manos,
una presencia, un cuerpo,
lo que rompe los muros
y hace nacer las formas embriagadas,
un roce, un son, un giro, un ala apenas;
busco dentro mí,
huesos, violines intocados,
vértebras delicadas y sombrías,
labios que sueñan labios,
manos que sueñan pájaros…
Y algo que no se sabe y dice «nunca»
cae del cielo,
de ti, mi Dios y mi adversario.
La rama
Aparecen temas existenciales recurrentes en Octavio Paz como el sonido, el silencio, la quietud y el movimiento. En La rama se ve la facilidad de desarrollarlos en transiciones sumamente sutiles. Y la vida misma es transición, un sonido que se quema, que se pierde, un sonido y un movimiento que en algún momento se detiene, que en lo profundo cuenta con el germen de su propia destrucción.
Canta en la punta del pino
un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.
Se yergue, flecha, en la rama,
se desvanece entre alas
y en música se derrama.
El pájaro es una astilla
que canta y se quema viva
en una nota amarilla.
Alzo los ojos: no hay nada.
Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada.
Las palabras
Un poema breve que nos da cuenta no solo del material por excelencia con el que trabaja el poeta (las palabras), sino su forma de tratarlas, toda la magia que ocurre en su producción, las maneras de forzarlas, deshacerlas y volverlas a hacer.
Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
Más allá del amor
Está claro que el amor es el tópico central de este poema, pero desde un lado, si se quiere, angustiante (en el sentido existencial): todo lo que puede amenazar al amor. Por lo tanto, más allá de volverse algo frágil, pasa a tener su hermosura, su belleza porque se debe aceptar al amor desde la temporalidad que todo lo mueve, lo hace perecedero, fragmentario, desde la libertad que somos los seres humanos (conciencias, transparencias traspasadas).
Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.
Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.
Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.
Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida,
copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.
Sobre Octavio Paz
Revolución y escritura. Posiblemente esas palabras signaron para siempre a Octavio Paz, no solo porque heredó de su padre, con análogo nombre, una vocación insurreccional (era el abogado de Zapata y fue parte de la Revolución Mexicana), sino que su abuelo, Ireneo Paz, también había sido escritor y de él obtuvo acceso a una enorme cantidad de lecturas. Octavio Paz nació un 31 de marzo de 1914 en Mixcoac (Distrito Federal), de pequeño se mudó a Estados Unidos donde comenzó sus estudios y sufrió de la exclusión al dominar casi de manera nula el inglés. Bastantes años después fue parte los sucesos estudiantiles que lograron la autonomía de la Universidad de México, en 1929.
Con tal sólo 17 años publicó su primer poema «Cabellera» y desde aquel entonces su producción, la participación en actividades de revistas y otras publicaciones nunca se detuvo. Su primer poemario data de 1933 y cuatro años más tarde fue profesor rural en Yucatán, sitio en donde contrajo matrimonio con la escritora Elena Garro. En esos años fue a España, trabó ligazones amistosas con Pablo Neruda y se catalogó como abiertamente anti-fascista (una gran cantidad de poemas versan sobre su visita a la nación europea).
En la década del 40 supo empaparse de obras inglesas, aunque luego, entre 1946 y 1952, residió en París, conociendo a personajes tan importantes como Andre Breton o Albert Camus (las ideas surrealistas y existencialistas, tan notorias en sus producciones, arraigaron de manera fuerte en aquellos entonces). A la posterior incidencia orientalista, con sus visitas a Japón e India, le siguió una prolífica producción en aquellos años, además de fundar un grupo como Poesía en voz alta y participar en otras revistas. El hecho de ser embajador mexicano le proveyó, justamente, esa oportunidad de viajar por gran cantidad de sitios del mundo. Dejó tal cargo luego de la matanza de estudiantes, acaecida en México un 2 de octubre de 1968.
En 1971 se radicó finalmente en México, creó la revista Plural en el mismo año y produjo obras, en los años subsiguientes, como el Mono gramático, Los hijos del limo, Pasado en blanco, entre otras. En 1979 publicó su gran producción política «El ogro filantrópico» y dos años después, en 1981, obtuvo el prestigioso Premio Cervantes.
Los últimos años de su vida se sucedieron en medio de una buena cantidad de producción de obras tanto de carácter poético como ensayístico, además del hecho notorio de ser condecorado en 1990 con el Premio Nobel de Literatura. Muy enfermo y tras largas agonías murió en 1998.